Nene llorón
Quiero hacer otro pequeño cambio en el blog. Esta vez no hay imágenes,tendrán q ponerlas ustedes. A esta historia he dado en llamarla NENE LLORON
Ese día debió de haber sido un lunes, como cualquier primer día de escuela pero del lejano año de 1977. Asistí a la Escuela Presidente Kennedy, barrio Villa Cabrera, desde jardín de infantes a séptimo grado.
No sabía como era la cosa, eso de “ir a la escuela”. Me contaban que en Jardín uno jugaba y se divertía con otros niños y con la maestra. De alguna forma eso no me convencía mucho. Uno puede jugar en su casa y con sus juguetes.
Algo sabía y era que uno se quedaba solo. No era del todo cierto sino que uno se quedaba sin gente conocida, es decir se quedaba sin los padres. Creo que cuando iba llegando, de la mano de mi madre, ya tenía miedo. Al llegar vi a muchos chicos, con sus padres. Algunos de ellos lloraban, pero no fueron esos los recuerdos que se me grabaron. Si intento recordar a alguien que lloraba solo podría mencionar a mi amiga Claudia, pero su llanto era pequeño, de tristeza mas que de dolor y si tuviera q asegurar algo diría que solo era un sollozo. No, el llanto que recuerdo era algo mas, era un grito desgarrador, de desesperación, como si la vida misma estuviera en juego. El nombre del sujeto en cuestión era Marcelo G. De repente sonó el timbre, y sentí como un terrible nudo se formaba en mi garganta. Ya algunos niños, los más osados, se dirigían al sector donde estaban las maestras y serios y en silencio comenzaban a formar lo que le llamaban “fila”.
No quería llorar, no podía llorar. No ahí. No quería que mi amiga me viera llorando, pero tampoco quería que mi mamá se fuera, aunque la despedida era inminente. Pero el estaba ahí y de repente comenzó; gritaba, pataleaba, se colgaba de su madre en un grito único de dolor. Se agarraba del brazo de su madre con desesperación, se entrelazaba con sus piernas a las de su madre para que no lo abandonara. Su madre trataba de convencerlo, le hablaba suavecito, pero el, nada; seguía en medio del terrible berrinche de puro pavor a la soledad.
Vino una maestra y trató de convencerlo. Y nada. Luego vino otra, que si mal no recuerdo era la que fue mi señorita, la señorita Rut. Me parece que Marcelo hasta le tiró un manotazo.
El caso fue que ni entre su madre y las dos maestras pudieron hacer que Marcelo se soltara. Ya estaban todos en la fila; Yo con mi terrible nudo en la garganta y registrando en mi memoria algo que iría a contar unos 28 años después, mi amiga Claudia ya sin el sollozo y solo con sus ojos enrojecidos. También el resto de los niños; la mayoría de ellos tristes por tener que desprenderse de aquellos que los habían traído. Resignado y mientras el nudo de garganta se disipaba, escuche las terribles palabras que me llenaron de indignación: “Bueno Marcelo, te vamos a esperar mañana”. No entendía nada, no concebía tal injusticia. Ese que se había portado tan mal, obtuvo el premio; se podía ir con su madre y los demás de los tontos que no hicieron tal escándalo tuvieron que quedarse.
Al otro día la situación fue distinta para todos, ya nadie lloraba, ni hacían escenas. Ni el llorón, ni la de los sollozos y tampoco habían nudos en la garganta. Ya nos íbamos acostumbrando a que las maestras nos educaran.
Han pasado los años y todavía recuerdo aquel incidente y la situación no me cierra del todo. Pero lo pienso ahora y me consuelo. Si ese niño no hubiera provocado tal escena, tal vez otro llorón hubiera escrito esta historia.